Algoritmos, psicometría y derechos de ‘yo inconsciente’ de las personas (YIP).
En elBlog de Ignasi Beltrán de Heredia Ruiz, 14.06.2022
La profesora Lisa FELDMAN BARRETT en su fantástico libro «La vida secreta del
cerebro» afirma (306)
«entre neurociencia y el sistema jurídico hay una gran falta de sincronización en
cuestiones fundamentales sobre la naturaleza humana. Estas discrepancias se
deben abordar si queremos que el sistema jurídico siga siendo uno de los logros
más importantes de la realidad social, y si queremos seguir protegiendo los
derechos inalienables de las personas a la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad».
La necesidad de esta simbiosis podría acrecentarse con la irrupción de la estadística
computacional y los algoritmos. Especialmente porque, como les expuse en «La
irrupción de los algoritmos en el Derecho del Trabajo» lo cierto es que, de algún modo,
estas herramientas están contribuyendo a desencriptar ciertos patrones de nuestro
comportamiento.
En efecto, «los algoritmos de aprendizaje profundo reconocen rasgos de la
programación humana, de nuestro código fuente, que todavía no hemos sido capaces
de articular con palabras (….). Los programas informáticos han detectado rasgos que
guían nuestras preferencias, y que podemos intuir pero no articular» (SAUTOY,
Programados para crear, 110 y 111).
Psicometría y patrones conductuales emergentes
La psicometría (Byung-Chul HAN, Infocracia, 35 a 37), también conocida como
«psicografía», es un «procedimiento basado en datos para obtener un perfil de
personalidad». El potencial de estas herramientas radica en el hecho de que estos
perfiles «psicométricos permiten predecir el comportamiento de una persona mejor
de lo que podría hacerlo un amigo o un compañero».
De hecho, «con suficientes datos, es posible incluso generar información más allá de lo
que creemos saber de nosotros mismos».
Y, en este contexto, el smartphone juega un papel absolutamente medular, pues,
como «informante» (nuestra nueva «extremidad artificial»), es «un dispositivo de
registro psicométrico que [¡voluntariamente!] alimentamos con datos día a día, incluso
cada hora». Por este motivo, «puede utilizarse para calcular con precisión la
personalidad del usuario».
Siguiendo con HAN (22 y 23), a partir de la idea de Walter BENJAMIN, que atribuía a la
cámara cinematográfica la capacidad de acceder de forma especial al inconsciente de
las personas (denominándola el «inconsciente óptico»), pues, los primeros planos y la
cámara lenta permitían visibilizar «micromovimientos y las microacciones que escapan
al ojo humano», en la actualidad, el big data y la estadística computacional operan
como una «lupa digital que descubre el inconsciente oculto del agente tras el espacio
consciente de la acción».
Pero en otros ámbitos se están empleando estas herramientas con un impacto más
profundo: hay investigadores que (a partir de una concepción errónea de cómo se
generan las emociones FELDMAN, 45) emplean algoritmos para analizar escáneres
cerebrales y creen que son capaces de detectar las huellas dactilares neurales de las
emociones (como la ira o el miedo) y, de este modo, alcanzar lo que se conoce como
«adivinación neural del pensamiento».
En cualquier caso, ciertamente sería un error pensar que estamos simplemente ante
un estadio evolucionado de las formas ocultas de propaganda que, iniciando una
nueva era de la publicidad, exponía hace décadas Vance PACKARD. En realidad, se
trata de un salto que describe un nuevo orden de magnitud, pues, la psicografía que se
obtiene de esta información permite lo nunca antes alcanzado: un microtargeting con
una granularidad tan fina que la personalización, literalmente, «a la carta» es ya una
realidad. Conocer el psicograma de cada una de las personas se ha convertido en un
propósito que, como les expuse en «El saqueo de nuestra privacidad y la corrosión de
la democracia de la sociedad digital«, no sólo es posible, sino que está siendo
perseguido crecientemente por empresas e instituciones.
En el fondo, se aspira a que, a través del inconsciente digital, pueda influirse sobre el
comportamiento humano por debajo del umbral de la conciencia (un conductismo
digital severo o radical).
Por ejemplo, reparen en lo que se conoce como la «ilusión del libre albedrío»
(FELDMAN, 88): el cerebro hace uso de la predicción para iniciar movimientos
corporales (como alargar el brazo para coger una manzana o huir de una serpiente).
Estas predicciones se dan antes de que seamos conscientes de la intención de mover el
cuerpo. Es decir,
«el cerebro emite predicciones motrices para mover el cuerpo mucho antes de
que seamos conscientes de la intención de moverlo (…). Si el cerebro fuera sólo
reactivo sería demasiado ineficiente».
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